Bubby ha estado treinta y cinco años encerrado en el sótano de su casa. Sólo conoce a su madre, que le alimenta o le pega o abusa de él sexualmente. Al aparecer su padre, puede salir, y se enfrenta al mundo exterior —que le desconcierta— sin moral ni orientación alguna.
Pretende ser una parábola sobre la necesidad de ser amado en la infancia para poder ser feliz y hombre de provecho en la sociedad; también una crítica del mundo actual, sin valores, basado en las apariencias y convenciones egoístas, y, finalmente, una búsqueda intelectual de lo que es culpa e inocencia. Llena de pretensiones, también formalmente intenta ser innovadora: el sonido estéreo está planteado desde la audición del protagonista; y 31 directores de fotografía se reparten las diferentes escenas fuera del sótano. El resultado es un film de indagación atractivo; así lo consideró el Jurado del Festival de Venecia de 1993 al otorgarle un premio especial.
Con situaciones fuertes y descarnadas, planteamientos extremos, el contenido ideológico de esta nueva versión de «el buen salvaje» no es de soluciones a la verdadera naturaleza del hombre y su fin; es más una secuencia de cuestiones y preguntas, un tanto desorientadas ya en su mismo planteamiento y base.
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